miércoles, 30 de noviembre de 2011

Declaración de Emilce Moler, sobreviviente de la Noche de los Lápices.

“Allí dejamos de ser seres humanos”

Era estudiante secundaria y militaba en la UES. La secuestraron el 17 de septiembre de 1976. Cuando la llevaban del Pozo de Arana a la Brigada de Quilmes escuchó cómo bajaban del camión a sus compañeros que siguen desaparecidos.

 Por Ailín Bullentini

Emilce Moler cerró los ojos y enderezó la espalda como si se hubiera vuelto a sentar en el banco de cemento del que se aferraba cada vez que la venían a buscar para torturarla. “Para recordar cómo era el lugar necesito ponerme como estaba entonces, vendada, acurrucada en un rincón”, explicó ante los jueces del Tribunal Oral Federal 1 de La Plata y de espaldas a los 26 militares y policías imputados. Sin abrir los ojos, estiró los brazos hacia los costados y no tuvo que esforzarse mucho para delimitar con ellos el ancho de la celda en la que permaneció encerrada junto a diez mujeres, en su mayoría adolescentes, como ella. Con el brazo derecho señaló que en esa dirección se encontraban “la sala de torturas. O las salas. Puede ser que hayan sido dos en lugar de una –detalló–. Sin dudas estaba a la derecha. Siempre que me iban a torturar me sacaban para ese lado”.

Fue el único testimonio que se escuchó ayer en el juicio por más de 280 crímenes de lesa humanidad cometidos en seis de los más de treinta centros clandestinos de detención que integraron el Circuito Camps. El relato fue ordenado y, aunque Moler no pudo reconocer a ninguno de sus torturadores, sobraron breves y contundentes escenas que la mujer, una chica de 17 años cuando fue secuestrada, aseguró no poder olvidar. Los gritos desgarradores de su amigo Horacio Ungaro. Las canciones que sonaban en la radio encendida en el Pozo de Arana para que no se escucharan los gritos. La voz del “Coronel”. La camisa cuadrillé marrón de una de las tantas personas sobre las que la hacían sentarse en “los descansos entre tortura y tortura, que no podía distinguir si estaban vivas o muertas”. Los zapatos que dejó Eliana de Badell, una detenida chilena con quien compartió celda en la Brigada de Investigaciones de Quilmes, cuando los guardias se la llevaron para siempre. La lectura de los cargos que los represores le inventaron para mantenerla presa durante más de un año en la cárcel de Villa Devoto, con tan sólo 17 años.
La noche

La mujer madura que es hoy volvió a convertirse una vez más en la estudiante de 5º año de la Escuela de Bellas Artes platense y militante de la Unión de Estudiantes Secundarios que, el 17 de septiembre de 1976, fue arrancada de su cama por una patota de encapuchados armados que se presentaron como el Ejército Argentino en la casa familiar. Volvió a subirse a uno de los tres autos que el Ejército usó para ese operativo; a escuchar los gritos de la familia Pérsico y a suspirar por la ausencia de su amiga Alejandra, que ya había huido de esa casa. Volvió a indignarse al ver que la patota secuestraba a otra compañera suya de escuela, Patricia Miranda, quien “no tenía nada que ver con la militancia”. Y volvió a ingresar al “infierno”.

“Cuando llegamos a Arana yo digo que llegamos al infierno”, definió ayer a ese centro clandestino. Hacinamiento en las celdas, falta de agua y de comida, suciedad. “La reducción a cosa. Entramos ahí y dejamos de ser seres humanos, nos arrebataron el nombre, la identidad, nos cosificaron”, recordó. Y a eso se suma, claro, la tortura. Fueron cuatro días de manoseos, golpes, patadas y picana casi sin descanso. Moler remarcó que lo “más terrible” era la picana eléctrica con la que lastimaban su vagina y las quemaduras de cigarrillos. Atada en una cama, desnuda, le decían que abriera y cerrara la mano cuando quería hablar: “A veces yo abría la mano solo para frenar la tortura, no les decía nada. Paraban, pero después me daban más fuerte”, recordó. Los ataques recrudecieron cuando los guardias se enteraron de que era hija de un policía (el comisario inspector retirado Oscar Moler).

En Arana, la estructura de poder era compartida por el Ejército y la policía. Un día, la promesa durante tortura de “si no hablás va a venir el Coronel y va a ser peor” se cumplió. Moler lo describió como alguien de rango alto porque “los movimientos en Arana cambiaron cuando llegó”, aunque no pudo aportar más datos que lo “grave” que sonaba su voz durante una sesión de tortura: “Me habló de una manera paternal. Me pidió que colaborara. Pero como no respondí, me pegó una trompada y mandó a que me asen a la parrilla”. El dolor de su cuerpo. El dolor y los gritos “profundamente desgarradores” que daba Horacio Ungaro, a quien conocía desde antes: “Eramos amigos de La Plata. Militamos juntos. Nos torturaron casi juntos” en Arana. Allí, Emilce también se reencontró con otros compañeros y compañeras de militancia: Claudia Falcone, María Clara Ciochini, Gustavo Calotti, Ana de Giampa. Sabría luego de la estadía de un amigo más: Francisco López Muntaner. Son las víctimas del operativo conocido como La Noche de los Lápices.
Quilmes

El 23 de septiembre de 1976 la subieron a un camión “atestado de gente”, último destino conocido de Falcone, Ciochini, Ungaro y López Muntaner. “A mitad de camino los nombraron y los hicieron bajar. Después supe que estaban desaparecidos”, reveló. El camión dejó a quienes siguieron viaje hasta la Brigada de Investigaciones de Quilmes, en donde los recibieron con quejas: “Hasta cuándo van a traer al jardín de infantes acá”, decían los guardias. La mujer continuó cerca de Miranda, de Giunta, Calotti –los tres adolescentes– y Fuentes, se cruzó con la hermana de Horacio, Nora Ungaro, conoció a Nilda Eloy –ambas sobrevivientes– y a otras personas que están desaparecidas.

Allí le quitaron la venda y las esposas, “que siempre fueron un problema” porque se le salían debido a sus pequeñas muñecas “y eso enojaba a los represores”. Durante su paso por Quilmes pudo ver a su padre durante cinco minutos. “Me alertaron de que no le dijera nada de lo que me habían hecho, pero no hacía falta. Las marcas que tenía en el cuerpo eran demasiado visibles”, detalló Moler frente al micrófono. Entonces, su padre le dijo que su vida dependía “de (el ex comisario Luis) Vides y (el ex comisario Miguel) Etchecolatz” y que la situación era “complicada”. Es que Moler padre había sido jefe de Etchecolatz en sus tiempos de policía y “lo había sumariado por un ilícito”.
El blanqueo

Quilmes se convirtió en la comisaría de Valentín Alsina “el 21 o el 23 de diciembre”, fechó Moler. Allí quedó a disposición del PEN hasta que el 27 de enero del año siguiente la trasladaron a la cárcel de Villa Devoto, en donde estuvo presa hasta el 20 de abril de 1978. “A mi papá le dijeron que yo era irrecuperable para la sociedad”, comentó. No la dejaron recomenzar en La Plata, un lugar que le costó años volver a pisar. Pero lo hizo, como medio de lucha, la misma razón que la anima a volver a su época de cautiverio cada vez que la Justicia se lo pide. “No estamos hablando del pasado, sino del presente –mencionó, y afiló sus palabras hasta asegurarse de que se clavarían justo en los oídos de los imputados que ayer la escucharon–. Porque estos señores que están acá, que seguramente son muy mayores y no les quedan muchos años de vida, están aplicando la herramienta de tortura más fuerte con la que cuentan ahora: el silencio. Cada día que no hablan, que no cuentan qué hicieron con todas esas personas que que hoy faltan, todo esto no
es pasado, sino presente.”

La quinta declaración

Es la quinta vez que Emilce Moler da testimonio sobre su secuestro. La primera fue en 1985, ante el Equipo de Antropología Forense. La segunda vez fue en el juicio contra Ramón Camps, en 1986. Repitió su historia en los Juicios por la Verdad y en el proceso contra Miguel Etchecolatz.

–¿Qué tiene de diferente este testimonio?

–Que los represores están al lado de uno y que son muchos. Eso te condiciona. Pero hay que pensar que es algo relativamente positivo porque están en el banquillo. Es un desgarro desde lo personal, pero un avance en tanto ciudadanía. A veces tanta repetición es desgastante para los que somos víctimas. Pero esto es algo que empezó hace muchos años y entonces éramos pocos los que creíamos que íbamos a conseguir justicia. Hay que ver esto como un logro de la lucha que empezamos los que manteníamos la esperanza de que en nuestro país habría justicia.

El impacto represivo en las familias

Declararon en La Plata, cuatro hermanos de los desaparecidos.

Marta Ungaro y Miguel López Montaner narraron la desaparición y búsqueda de sus hermanos secuestrados durante La Noche de los Lápices. “En La Plata, la represión estuvo orientada al movimiento obrero y al estudiantil”, remarcó una de las abogadas.

 Por Ailín Bullentini

Los organismos de derechos humanos que participan del juicio por crímenes de lesa humanidad, cometidos en seis centros clandestinos integrantes del conocido Circuito Camps, bautizaron la jornada de ayer como la “audiencia de los hermanos”. Las historias que se escucharon fueron relatadas por hermanos y hermanas de hombres y mujeres, algunos adolescentes entonces, que fueron secuestrados durante la última dictadura militar y que hoy permanecen desaparecidos. Lo ocurrido con Horacio Ungaro y Francisco López Montaner, dos adolescentes víctimas de La Noche de los Lápices, y los hermanos María Magdalena y Pablo Mainer “sirve para demostrar el impacto criminal que tuvo el aparato represivo del Estado durante la dictadura en las familias”, explicó Guadalupe Godoy, abogada del colectivo Justicia Ya!, querella que solicitó el testimonio de Juan Cristóbal y Maricel Mainer. Además apuntó que “sirve para delinear que la represión y el exterminio del Estado en esos años en La Plata estuvieron orientado al movimiento obrero y al estudiantil. Esta etapa cierra los casos del nivel secundario y empezará la de los estudiantes universitarios, que es muy concreta: de las 281 víctimas tenidas en cuenta en esta causa, más de 100 están directamente relacionadas con la universidad”.

Ayer estaban previstas las declaraciones de dos policías retirados, cuyas palabras fueron rechazadas por las querellas: “Tienen pedido de imputación nuestra y de otros abogados desde hace mucho por considerarlos partícipes de los crímenes. Sin embargo, el juez de instrucción, Arnaldo Corazza, nunca se expidió”, explicó Godoy. La abogada prevé que sucederá lo mismo en la audiencia de hoy con los policías retirados que están citados a declarar como testigos y que también son considerados por las querellas como responsables de crímenes durante la dictadura.

Tras la desaparición de María Magdalena y Pablo, los represores secuestraron a Juan Cristóbal, a otra de sus hermanas y su pareja, y a su madre, en la ciudad de Buenos Aires. “Mientras estuvieron en la Brigada, Juan Cristóbal y Maricel pudieron ver a sus hermanos y enterarse de las negociaciones del ‘grupo de los siete’, de las que participó (el ex capellán policial Christian) Von Wernich. Juan pasó por varios centros clandestinos”, detalló Godoy. Todos sobrevivieron.

El “grupo de los siete” se llamó a un operativo llevado a cabo por Inteligencia del Ejército y Von Wernich en el que “quebraron a un grupo de secuestrados con la promesa de que luego saldrían del país para ‘vivir una experiencia de recuperación’, entre comillas. Años después se supo que habían sido fusilados”, añadió.

En ese sentido, los testimonios de Juan Cristóbal y Maricel sirvieron para exigir al Tribunal Oral Criminal Federal Nº 1 de La Plata que eleve la categorización de los crímenes ocurridos a Pablo y María Magdalena, que por ahora es de tormentos y privación ilegítima de la libertad y que sirvieron para condenar a Von Wernich en 2010 a reclusión perpetua. “Con la excepción de los crímenes de la calle 30, en esta causa los delitos cometidos contra el resto de las 281 víctimas son por torturas y privación ilegítima. En muchísimos casos queda comprobada la desaparición o el asesinato”, concluyó la abogada.

Marta Ungaro, por su parte, reseñó el camino de lucha y búsqueda que inició hace 35 años con el secuestro de su hermano, Horacio, el 16 de septiembre de 1976, durante La Noche de los Lápices. Horacio tenía 16 años, al igual que Francisco López Montaner, otro “lápiz secundario” secuestrado ese día y cuya historia retomó ayer su hermano Miguel.

“Fueron los relatos de tres familias ferozmente atacadas por la dictadura”, detalló la ex detenida-desaparecida y militante por los derechos humanos Nilda Eloy. En el caso de los Ungaro, tras la desaparición de Horacio fue secuestrada otra de las hermanas de la familia, Nora. La búsqueda de Marta y los suyos estuvo plagada de idas y venidas, de datos falsos, de vueltas. “Incluso debieron aguantar el pedido de coimas de (el policía retirado e imputado en el juicio, Roberto) Grillo, que les pidió plata a cambio de información”, remarcó la integrante de la Asociación Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD).

Para Godoy, el relato de Marta es importante, además, a la hora de reflejar la lucha de los familiares en la ciudad de La Plata por recuperar el rastro de sus familiares desaparecidos. “Fueron integrantes de primera hora de todas las movidas que se hicieron en reclamo por lo que entonces ocurría; fueron los que presentaron incansablemente los petitorios de pedido de información a las autoridades”, explicó y afirmó que “varios imputados (en los juicios de lesa humanidad) lo son gracias a la labor de los movimientos de derechos humanos y a sus integrantes”.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Clara Anahí de 3 meses de edad, fichada como delincuente subversiva

Los legajos de la policia bonaerense.
 
Con las declaraciones de la perito de la Comisión Provincial por la Memoria, Claudia Bellingeri, quien reveló que la pequeña Clara Anahí estaba fichada como “delincuente subversiva” por la inteligencia de la policía bonaerense; del cuñado de una víctima, Florencio Gabriel Quiroga; y de la hija de la ex mujer de un acusado, Viviana Cantín; concluyó ayer la etapa testimonial por el ataque del 24 de noviembre de 1976 a la casa de calle 30 entre 56 y 57, donde fueron asesinadas, al menos, cinco personas y robada la bebe de tres meses, Clara Anahí, a quien su abuela María Isabel “Chicha” Chorobik de Mariani continúa buscando.

En la audiencia de hoy del juicio a 26 imputados, declararán testigos por los delitos de lesa humanidad cometidos en comisaría Quinta de La Plata, que junto con los centros clandestinos de detención que funcionaron en el Destacamento de Arana y la Brigada de Investigaciones, formaron parte de la red de centros del Circuito Camps.

El ataque a la casa de calle 30 Nº1136 entre 55 y 56 es el primero de los casos más destacados que se ventilarán en este juicio, que investiga los crímenes cometidos en tres centros clandestinos de detención que funcionaron bajo el ámbito de la Policía Bonaerense durante la dictadura de 1976-1983, y en el que están imputados 22 policías, tres militares y un civil.
Pero también, la perito mostró los legajos de Chicha Mariani, con los que se evidenció el seguimiento a la mujer y a otras Abuelas, incluso con posterioridad a 1983, tras la caída de la dictadura militar.

martes, 22 de noviembre de 2011

Testimonio de Néstor Busso : los periódicos que acompañaron la dictadura

Néstor Busso declaró en el juicio del Circuito Camps
 
"Clarín y La Prensa acompañaron y justificaron a la dictadura", señaló Néstor Busso, presidente del Consejo Federal Comunicación Audiovisual, en declaraciones a la prensa luego de testificar en el juicio por crimenes de lesa humanidad conocido como Circuito Camps.

En el día de ayer, Néstor Busso, presidente del Consejo Federal Comunicación Audiovisual y presidente del Foro Argentino de Radios Comunitarias (FARCO) declaró en el juicio del Circuito Camps que se lleva a cabo en la ciudad de La Plata.

Busso explicó “declare sobre los dos secuestros que sufrí en 1976”, sobre todo en lo que hace a los lugares donde fue llevado y los compañeros que estuvieron con él al momento de las detenciones ilegales.

El primero fue del 12 de agosto hasta el 30 del mismo mes del año 1976 y luego, esa misma noche de la liberación volvió a ser secuestrado por hombres de civil, “me llevaron al Pozo de Arana, Pozo de Quilmes, la Brigada de Investigaciones en La Plata y de ahí fui liberado el 22 de octubre con la condición de salir del país”. Precisamente, debió emigrar hacia Brasil, país del que regreso en marzo de 1983, con una dictadura agonizante.

Antes de ser “chupado”, Busso formaba parte de un grupo que tenía un centro de documentación y publicación sobre la Iglesia Católica en América Latina, haciendo referencia a la teología de la liberación y el movimiento de sacerdotes del tercer mundo.
Cabe recordar que también ha declarado y dado testimonio de lo vivido en el juicio contra los comandantes y en el Juicio por la Verdad.

Sobre sus sensaciones al momento de declarar, Busso señaló “es duro y difícil recordar todos esos años hechos pero es una satisfacción saber que después de tantos años se avanza en la justicia en el país” y dijo sentir “emoción y satisfacción porque aunque tarde se puede hacer justicia, es una cosa muy importante para el país”.

Sobre los medios de comunicación, sobre las diferencias entre aquellos años y en la actualidad, aseveró que “en aquel tiempo no existía una fuerte concentración de los medios como existe en la actualidad; las empresas eran periodísticas, no grupos concentrados que tienen medios”.

“En esa época se justificaron acciones de la dictadura, representaban intereses de grupos minoritarios, por ejemplo, Clarín y La Prensa acompañaron y justificaron a la dictadura”, concluyó Busso.  

El horror del Destacamento de Arana

“Vides me dio una sesión de picana eléctrica por placer”
 Walter Docters y otros cuatro testigos recordaron el horror del Destacamento de Arana

Walter Docters
Cinco testigos declararon ayer en el juicio por el Circuito Camps que lleva adelante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº1 de La Plata y reconstruyeron lo que fue el horror del destacamento de cuatrerismo de Arana. Los testigos Walter Docters y Gustavo Calotti integraron un grupo de detenidos desaparecidos de la Bonaerense y recordaron su paso por ese centro clandestino de detención donde compartieron cautiverio con los desaparecidos de la Noche de Los Lápices. También hablaron ante los jueces las psicólogas Cristina Gil y Mónica Furman, quienes permanecieron un día y medio detenidas en ese lugar junto a un grupo de colegas y doctores, en lo que las ex detenidas desaparecidas denominaron “La noche de los psicólogos y los médicos”. Además, testimonió Hugo Skarbum, que recordó que lo picanearon con más saña cuando supieron que era judío y colaboraba en el Max Nordau.
En el juicio por el Circuito Camps, que se sustancia en el ex teatro de la Amia, en 4 entre 51 y 53, Docters recordó que fue secuestrado el 17 de septiembre de 1976 junto a su primo y que fue trasladado a Arana, donde compartió cautiverio con el bombero de Policía Osvaldo Busetto, el empleado de Tesorería de la Jefatura de Policía Calotti y el oficial inspector Esteban Badell.
Docters contó que trabajaba en la escuela de suboficiales de la Policía y  fue detenido cuando iba a tomar el micro para ir al trabajo. Contó que fue trasladado directamente a Arana, donde al llegar lo desvistieron y lo ataron acostado en un elástico y lo torturaron con picana.
También recordó que tras permanecer unos días detenido lo lavaron, lo vistieron y lo llevaron a la Jefatura de Policía: “Entré a una habitación que estaba toda rodeada de policías de civil y estaban mi padre, mi madre y mi hermano. Yo había entrado por una puerta y por otra entró el comisario (Miguel Osvaldo) Etchecolatz, que lo miró a mi padre y le dijo: ‘viste que está vivo. ¿no me vas a joder más ahora?’. Y se fue”, relató.
Fue devuelto a Arana, donde el comisario Luis “El Lobo” Vides lo estaba esperando: “‘Soy el comisario Vides y te vengo a decir que terminó la visita’, me dijo. Y me dio una sesión de picana eléctrica sin preguntarme nada; por placer”, recordó.
Los interrogatorios –en los que continuamente le aplicaban picana, golpes, submarino húmedo y seco– se extendieron unos días más hasta que fue trasladado al pozo de Banfield, donde tras permanecer unas horas fue devuelto a Arana.
“Ahí tuve contacto con los otros secuestrados que trabajaban en la Policía de la provincia de Buenos Aires. Las preguntas giraban sobre el grado de coordinación que teníamos”, contó. Y recordó que los represores “hablaban aparte”, con Busetto, que había sido baleado en 7 y 54 cuando intentó escapar de una emboscada, por lo que había sido operado en el Hospital Naval y permanecido detenido en el BIM3 de Ensenada antes de ser trasladado a Arana.
Recordó que con Busetto y Esteban Badell, los tres fueron colgados de los brazos y el cuello en una especie de alero del Destacamento, donde el segundo murió ahorcado. Más tarde supo, además, que al hermano de Badell, Julio, lo habían arrojado desde una ventana del tercer piso de la Jefatura de Policía. 
Docters fue finalmente trasladado a la brigada de investigaciones de Quilmes con Busetto. “Allí me reencontré con Calotti, con Víctor Treviño y otros”, recordó.
Para no olvidar a nadie, durante la audiencia Docters leyó una lista de alrededor de 30 personas con las que compartió cautiverio, entre quienes estaban los chicos desaparecidos en La Noche de los Lápices, el dueño del periódico La Voz de Solano, Santiago Servín, y otros.
Recordó que en Arana escuchó a un chico que había sido secuestrado junto a su padre y que lo hacían presenciar las torturas. También supo de una mujer embarazada y escuchó fusilamientos.
“Arana era un centro de exterminio, un lugar en el que estábamos esperando el momento que nos maten”, describió el centro en el que permaneció hasta el 7 de octubre, aproximadamente, cuando fue llevado a Quilmes. Su periplo ilegal culminó en la comisaría Tercera de Lanús, donde fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Permaneció encarcelado hasta 1983.


Calotti: “La situación en Arana era de terror”

Gustavo Calotti tenía 17 años, estaba en quinto año del Colegio Nacional y trabajaba en Tesorería de la Jefatura de Policía cuando el 8 de septiembre de 1976 su jefe, el comisario Ordinas, lo llamó a su oficina, donde lo estaba esperando con el comisario Luis Vides.
“A Vides no lo conocía. Me pregunta qué sabía, dónde militaba y me dice: ‘yo te voy a masticar todo y vamos a ver qué sabes’”. Tras esa reunión estuvo dos horas detenido allí y luego fue trasladado a Arana, donde comenzó el horror.
“En la tortura estaba Vides. Me torturaba con saña”, recordó.  Y agregó: “La tortura con golpes y picana se prolongó durante diez días; para ellos era un traidor”. Allí se encontró con los estudiantes de La Noche de Los Lápices, con el paraguayo Servin y otros detenidos, entre ellos los policías. “Todos habíamos sido torturados. La situación en Arana era de terror”, contó. Y recordó: “Uno escuchaba una mescla de gritos de los torturadores, de los torturados y la descarga eléctrica en la radio a todo volumen. Era dantesco”. De ese lugar fue llevado al pozo de Quilmes donde su madre lo visitó por un permiso de Etchecolatz. Fue legalizado en Lanús el 28 de diciembre y trasladado a la Unidad 9, de donde salió en el 1979.

La noche de los psicólogos y los médicos en Arana

Cristina Gil y Mónica Furman eran colegas y amigas cuando el 19 de agosto fueron secuestradas, cada una en su casa, en el marco de un operativo en el que la Policía capturó un grupo de psicólogos y médicos que fueron llevados a Arana. Todo el grupo estuvo alrededor de treinta y seis horas detenidos y fueron golpeados y robados por las patotas que irrumpieron en sus domicilios.
La psicóloga Gil fue la primera en testimoniar en la audiencia de ayer ante los jueces Carlos Rozanski, Mario Portela y Roberto Falcone, en el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el circuito Camps.
Gil recordó que estaba durmiendo “y –dijo– me desperté con seis o siete personas apuntándome con ametralladoras”.
El padre de la mujer era retirado del Ejército y rápidamente entró en contacto con ex compañeros que lo ayudaron a buscar el destino de su hija.
Gil recordó: “Al primer lugar al que me llevaron fue a 55, entre 13 y 14. Yo me enteré que fui a ese lugar porque después se lo confirmaron a mi papá”, contó. Allí la identificaron y luego la llevaron a Arana.
“Me hicieron escuchar torturas y me decían que yo iba a pasar por eso, que era terrible”, recordó. Y agregó: “Escuchaba gritos terribles, era como la antesala del infierno”.
La mujer recordó que las fuerzas de seguridad buscaban a una mujer, Diana Conte, con quien ella y su amiga Furman habían compartido el trabajo en cátedras de psicología de la Facultad de Humanidades de La UNLP.
Sobre ella le preguntaron quienes la interrogaron con algunos golpes y bajo hostigamientos e insultos constantes.
Tras el interrogatorio fue llevada a un lugar donde estuvo con otras personas. Allí reconoció a su amiga, y otras psicólogas Alicia Palmero y Marta de Albarracín, los médicos Salvioli y González, y el psiquiatra Galac.
“Yo la he llamado la noche de los psicólogos y los médicos; creo que todos fuimos secuestrados esa misma noche”, recordó. La mujer fue liberada cerca de Olmos.
Su amiga, Mónica Furman, fue secuestrada esa misma noche y ayer recordó todo en el juicio por el Circuito Camps.
Contó que ella también fue interrogada con especial énfasis sobre Conte, identificó a los mismos detenidos que su amiga y recordó el horror de ese centro clandestino de detención.
“Era un lugar de violencia y de terror. Yo sentí temor desde el mismo momento en que entraron en mi casa”, narró.
Fue liberada junto con González y otros dos hombres luego de permanecer más de treinta horas detenida. “Hasta que no sentí que el auto arrancaba, pensé que nos mataban”, recordó.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Testimonio de Mario Colonna

“Los fusilaron y les prendieron fuego”

En el proceso que se realiza en La Plata, Colonna contó cómo fue secuestrado y su paso por diferentes centros clandestinos. También describió la desaparición de su hermano, Juan Carlos, y cómo supo de su asesinato.

 Por Alejandra Dandan

Algunas lágrimas todavía se le escurrían abajo de los anteojos. Mario Colonna había dejado ya la sala de audiencias de La Plata, donde él y otras dos personas declararon ayer como testigos-víctimas del Circuito Camps. Mario, que tiene a su hermano Juan Carlos desaparecido y no se acercó a denunciar nada en la Conadep, aunque otros familiares lo hicieron por ellos, declaró por primera vez en el año 2000, durante los juicios por la verdad. Y ayer volvió a hacerlo, de espaldas a esa presencia fantasmal que imprime en el teatro la figura escuálida del represor Miguel Etchecolatz.

“En el 2000 declaré contando todo el circuito, pero yo no soy parte de esta causa. De la desaparición de mi hermano he contado cómo me enteré de que lo trasladaron con otros dos compañeros cerca de Melchor Romero, los colgaron, los fusilaron y les prendieron fuego. Pero como no soy de esta causa no puedo acusar a estos señores, sino que sigo contando qué es lo que pasé, sigo dando testimonio para que se engruesen los temas que estos señores han provocado.”

A Mario los efectos de la dictadura lo llevaron a establecerse en Río Negro, donde es subsecretario de Relaciones Interprovinciales y de Fronteras. Vivió en La Plata desde el ’69. Militó como estudiante de Medicina y luego entre los gastronómicos. “Yo era un trabajador que estudiaba”, se situó. Se sumó a la Unidad Básica del Churrasco en el barrio de Tolosa, espacio territorial del que formó parte también su hermano y quienes fueron secuestrados en los comienzos de la dictadura.

Su testimonio, como los otros que se escucharon ayer, marcaron la primera época de caídas en La Plata. A Colonna lo secuestraron el 30 de julio de 1976, pocos días después de Oscar Bustos, la persona que declaró antes que él. Los dos pasaron por el Pozo de Arana y luego siguieron rumbo a otros destinos. En su caso, al Pozo de Quilmes, la comisaría de Valentín Alsina y un blanqueo en la Unidad 9 de La Plata. Bustos pasó antes de Arana frente a la Brigada de Investigaciones de La Plata, sede operativa de Etchecolatz. Esa conexión entre la Brigada, Arana y la Comisaría V, pensada ahora como uno de los microcircuitos del sistema Camps, es foco de este primer tramo del juicio.
La historia

Cuando el presidente del Tribunal Oral 1, Carlos Rozanski, le tomó juramento, Mario dejó algo claro. Prometió decir la verdad, pero cuando le preguntaron si tenía algún vínculo de parentesco, amistad o enemistad con los acusados, dijo: “A ver, señor presidente, estos individuos han sido miembros de las fuerzas conjuntas, yo he sido víctima de ellos”.

A Mario se lo llevaron de su departamento de la calle 68. Su mujer, embarazada, no estaba. Pero sí una compañera, Carolina Lugones, con uno de sus hijos. “Calculo que tipo 3 de la mañana estábamos en el primer sueño cuando siento que golpeaban la puerta de ingreso al patio y luego la puerta de la cocina que da ingreso al departamento. Y gritos de gente que decían somos las fuerzas conjuntas y se metieron rápidamente en las habitaciones.” En el departamento tenían todos los libros del peronismo, había mucho material de filosofía y de historia, de psicología y de política, pero eso no les importó. “Revisaron los libros para llevarse dinero, dos quincenas de mi hermano que trabajaba en astillero Río Santiago. Y la quincena que yo había cobrado.” Se llevaron bebida, discos, equipos, ropa y le vaciaron la cartera a Lugones.

“Uno, que era militante político, sabía lo que pasaba. Yo, que trabajaba en Swift, sabía que en la ruta camino a Berisso había muchísima gente que había sido muerta en un seudoenfrentamiento, y uno sabía que podía aparecer al costado del camino, porque estaban secuestrando y matando militantes, sobre todo entre los compañeros trabajadores, fuimos los que más pagamos los costos. Así que tenía noción. Mucho no me podía hacer el guapo, así que agaché la cabeza.”

Mario estuvo en Arana una semana, en un espacio que, de pronto, a la luz de la reconstrucción, reapareció en la sala: “Era casa de estancia, era campo, se sentían los animales. El campo tenía tranqueras, nos hicieron pasar por abajo del alambrado, andar entre el pasto. Ingresábamos a la pared de lo que sería un patio interior y comienzan a preguntarnos los nombres”. Eran varios. Los represores habían recogido a otros en el camino. Arana fue un de los espacios emblemáticos de la represión por sus tratamientos demenciales. A Juan Carlos lo sacaron para simulacros de fusilamiento, lo devolvían y volvían a sacarlo. Lo picanearon, también a Mario. “Me desnudan, me meten en la cama, me pasan electricidad”, dijo. Pero antes lo llevaron a un escritorio. Una voz le preguntó datos sobre nombres. La voz le sonó conocida. Le habló de una libreta, de su casa. “¿No puede ser un cuaderno?”, le dijo Mario, que buscó la manera de ver el cuaderno y de paso mirar quién hablaba. Cuando miró el cuaderno, reconoció que conocía todos los nombres: Mario estaba en cuarto año de medicina y ésos eran los autores de la bibliografía. En la protuberancia de la barriga (lo único que vio), reconoció al capitán de Inteligencia Gustavo Adolfo Cacibio, alias El Francés: había estado con él y Carolina Lugones meses antes, mientras buscaban datos sobre el hijo de ella.

Los pozos

Encimado a otros cuerpos lo llevaron después al Pozo de Quilmes. En las paredes de las celdas había láminas, fotos de mujeres semidesnudas, con las que pudo hacerse suelas para soportar el frío. Luego pasó a la Comisaría de Valentín Alsina, donde alguna vez comieron un asado con policías. Mario habló de una vieja discusión con Adriana Calvo, de ella enojada porque él, hasta ahora, habla con corrección del comisario renunciado en enero de 1977, dijo, porque no soportó las presiones de la fuerza.

Hubo alguna empatía entre policías que se decían peronistas, ellos y los presos comunes. “Se cierra la puerta ciega de la celda –contó él– con una mirilla redonda y los presos que estaban afuera en el pasillo nos dicen:

–¿De dónde vienen ustedes?

–A mí me secuestraron y vengo de Arana y creo que de la brigada de Quilmes.

–¿De la extrema?

–¡Qué extrema! –respondió–. Somos peronistas.

Mario no se acuerda el nombre pero, un día, un preso le dijo que estaba por irse. Que se lo llevaban a Olmos, iba a pasar unos días y luego salía. Que desalojaban a los comunes de la comisaría para liberar el espacio para la “extrema”. Y aclaró: “extrema por extremistas”. Mario le dio un papel. “Todavía tengo ese papel en mi poder. Le anoté la dirección y el número de teléfono de unos amigos. Y bueno, este preso común llegó a Olmos, lo soltaron, se pidió un taxi, se fue hasta 7 y 68, les dijo que tenía noticias mías, pero ‘me tienen que dar plata para el taxi’. Le pagaron el taxi hasta Bernal y esta gente, don Florentino Tejas y su señora, Inocencia, cerraron el negocio, prepararon una bolsa de comida, se fueron a la Tercera de Lanús y se aparecieron preguntando por Juan Carlos y Mario Colonna.”

El estaba ahí. Su hermano no había llegado a ese espacio. Otro compañero del Churrasco sigue desaparecido: Carlos “El Cabezón” Perego.

martes, 8 de noviembre de 2011

Realizaron la inspección ocular a la casa "Mariani-Teruggi" en La Plata

En 1976 fue atacada por fuerzas militares

El Tribunal Oral Federal 1 de La Plata, que juzga a 26 represores de la última dictadura militar, inspeccionó este martes la Casa Mariani-Teruggi, que en 1976 fue atacada por fuerzas militares y policiales que asesinaron a sus 5 ocupantes y sustrajeron a la beba Clara Anahí Mariani, de tres meses de vida, tras matar a su madre.
 
La vivienda, declarada "Sitio de memoria del terrorismo de Estado", está ubicada en la calle 30, entre 55 y 56 de La Plata, y en ella funcionaba una imprenta que publicaba la revista Evita Montonera, donde se denunciaron por primera vez las desapariciones de personas durante la última dictadura, los denominados "vuelos de la muerte" y la existencia de centros clandestinos de detención.

El presidente del Tribunal Oral Federal 1 de La Plata, Carlos Rozanski, explicó a Télam que la inspección ocular realizada este martes en la casa tiene por objetivo "ver en el lugar y luego evaluar de lo que vimos nosotros, qué coincide con todo lo que se va produciendo en el juicio".

"Aquí habrían sucedidos hechos contados a lo largo del juicio, por lo que es interesante ver el lugar; se toman fotos, se filman y de esta manera eso puede ser comparado con los dichos, ya que no es lo mismo escuchar un relato que estar viendo dónde sucedieron los hechos", afirmó.

El fiscal Hernán Shapiro destacó a esta agencia que el procedimiento "tiene una importancia a nivel memoria, porque es una casa que es un símbolo de la represión desatada por el terrorismo de Estado, y por otro lado que la Justicia acceda a este lugar tiene mucha importancia".

La propiedad exhibe en su frente varios cientos de orificios de bala que impactaron durante el ataque de fuerzas conjuntas de la última dictadura y un enorme boquete, provocado por un proyectil de tanqueta que atravesó esa pared y otra más del interior, revelando la saña desplegada por los represores.

La propiedad exhibe en su frente varios cientos de orificios de bala que impactaron durante el ataque de fuerzas conjuntas de la última dictadura y un enorme boquete provocado por un proyectil de tanqueta, que atravesó esa pared y otra más del interior, revelando la saña empleada por los represores.

En esa propiedad vivían Daniel Mariani, Diana Esmeralda Teruggi y la hija de ambos, de 3 meses, Clara Anahí, que fue secuestrada durante el ataque y aún no fue recuperada.

Fue María Isabel "Chicha" Chorobick de Mariani quien, apoyada en su bastón blanco, recibió este martes al mediodía a los integrantes del tribunal, la querella y la defensa, en el umbral de esa casa donde mataron a su nuera y se llevaron a su nieta.

Apenas los jueces traspasaron ese umbral, y antes de ingresar a la casa, "Chicha" Mariani volvió a relatar los hechos ocurridos el 24 de noviembre de 1976, cuando durante horas, fuerzas militares y policiales atacaron la casa de su hijo, Daniel Mariani, que en ese momento se hallaba ausente.

"Durante cuatro horas escuché los tiros y lo que pensaba era que seguro Diana (Teruggi, su nuera) no podría llegar a mi casa. Mi sufrimiento era ése, jamás imaginé que Diana estaba acá dentro, luchando por su vida", relató Chicha Mariani a los jueces.

A continuación explicó dónde, según los testigos, se apostaron las fuerzas policiales y militares para atacar la casa y los distintos lugares del interior de la vivienda donde fueron cayendo los cuatro militantes y Diana Teruggi.

Chicha Mariani acompañó a los jueces, la querella y la defensa por las disntitas habitaciones de la casa, en cuyas paredes se pueden apreciar cientos de disparos.

Con voz suave pero firme, Chorobick de Mariani, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, fue recreando los sucesos ocurridos ese día.

"(Roberto) Porfirio resistió en este dormitorio (...) (Alberto) Bozzio estaba en el tanque de agua, en el techo", explicó a la comitiva.

Del ataque armado participaron 200 efectivos, tanques y hasta dos helicópteros y ese día asesinaron a Diana Teruggi, y a cuatro compañeros suyos de militancia: Juan Carlos Peiris, Daniel Mendiburu Elicabe, Roberto Porfirio y Alberto Bossio.

Diana Teruggi fue acribillada por la espalda y cayó cubriendo con su cuerpo a su pequeña hija Clara Anahí, que fue secuestrada por los represores y hasta el momento no pudo ser recuperada Daniel Mariani no estaba en la propiedad al momento del ataque, pero fue asesinado por fuerzas de seguridad en agosto de 1977 en las calles 132 y 35, de La Plata.

La inspección se realizó en el marco del juicio que desde septiembre se sigue a 26 ex represores, entre ellos el comisario Miguel Etchecolatz, quien reconoció haber participado del ataque.

"El mismo (por Etchecolatz) confesó que estuvo en el ataque, dijo que estuvo en los techos", explicó el fiscal Hernán Schapiro.

"Esta inspección también servirá para cotejar lo que él dijo, que estaba en el techo a dos metros de donde se disparó la bazuca que impactó en el frente de la casa".

"Le preguntamos (en el juicio) cómo se podía haber disparado la bazuca y él estar tan cerca y no haber peligro para su integridad y no pudo dar una respuesta satisfactoria", detalló.

Etchecolatz quiso participar de la inspección con la condición de hacerlo con un perito en balística pero el Tribunal desestimó el pedido por haberse realizado ya un peritaje como el solicitado