jueves, 29 de diciembre de 2011

A 34 años del secuestro de María Asunción Artigas

La lucha constante por la justicia

María Asunción Artigas estaba embarazada de dos meses cuando la secuestraron junto a su marido, Alfredo Moyano, el 30 de diciembre de 1977. Los llevaron al Pozo de Banfield. Por su estado de gravidez, los represores la mantuvieron con vida hasta el nacimiento de su hija. En los meses que pasó en el centro clandestino de detención del llamado Circuito Camps, mientras su embarazo avanzaba, la pusieron a limpiar las celdas y repartir la comida a los otros secuestrados. Esa condición, sumada a su carácter, la convirtieron en una figura clave para los prisioneros que pasaron por aquel centro clandestino.

“La conocí a través de la pared. Estábamos en celdas individuales, tabicadas, y el primer gesto de Mari fue enseñarme a hablar con un código de golpes. Me dijo que me iban a dar un alambrecito para que pudiera abrirme las esposas. Yo tenía miedo, pero ella insistió toda la noche hasta que me convenció que se podía hacer, y así empezamos a comunicarnos con los presos que estaban en la misma parte que nosotras”, recordó Adriana Chamorro, sobreviviente del Pozo de Banfield, en vísperas de que se cumplieran 36 años del secuestro.

Chamorro y su ex marido Eduardo Corro son los únicos sobrevivientes uruguayos del Pozo de Banfield. Desde Canadá, donde hoy reside, Chamorro la recuerda como “vital, peleadora hasta el último día”. “De nuestro lado había un compañero que tenía asma. Un día, con una crisis, lo sacaron de la celda y lo esposaron a los radiadores del pasillo. Quedó tirado, ahogándose. Mari, desde atrás de mi calabozo, empezó a reclamar que no lo dejáramos ahí, que teníamos que hacer algo para que lo viera María Antonia, que era otra presa que era médica, y tuvo la idea de hacer una gran jarreo contra las puertas, hasta que la trajeron a María Antonia para que lo atendiera. Era muy valiente, había pocas cosas que la frenaran si ella creía que era lo justo.”

Eduardo contó cómo María Asunción organizó a las detenidas contra el acoso sexual de los guardias. “Había un clima pesado con las compañeras y ella fue hablando con cada uno de nosotros cuando nos llevó la comida, y todos estuvimos de acuerdo en apoyar que lo denunciaran. El tema llegó a un oficial, y a partir de ahí cesaron las intimidaciones. Para nosotros fue algo muy importante porque en el chupadero éramos nadie, y vimos cómo aun en las condiciones más difíciles se podía mantener la dignidad”.

Tras el nacimiento de su hija Victoria –que fue apropiada por el hermano de Oscar Penna, jefe de la Brigada de San Justo, y recuperaría su identidad diez años más tarde–, la suerte de María Asunción quedó sellada. Todo indica que habría sido parte de un traslado grande, eufemismo con el que se designaban los asesinatos de los detenidos, en octubre de 1978, fecha desde la que permanece desaparecida.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

El drama familiar durante la dictadura en toda su magnitud

“Todo esto comenzó un 21 de septiembre de 1976”, dijo la testigo Alicia Carminati al comenzar a hablar en el juicio por el Circuito Camps, y quizá sin pretenderlo dejó claro que el horror de la dictadura es también parte del presente. La mujer fue secuestrada cuando tenía 20 años y fue torturada en Arana frente a su padre, para que el hombre dijera dónde estaba su hijo menor. Pero los traumas no quedaron en la sala de torturas. Poco después de ser liberada en plaza Moreno, Alicia se radicó en Capital Federal y luego escapó a Australia, donde aún vive. En la misma audiencia también declararon José María Noviello, quien desde su exilio nunca había logrado volver a pisar La Plata; y el ex policía Julio César López del Pino, a quien un tartamudeo y una familia desarmada le recuerdan a diario el secuestro y la tortura a manos de sus camaradas de la bonaerense de Ramón Camps.
Los dos primeros testigos recordaron su paso por el centro clandestino de detención que funcionó en el destacamento de Arana. El segundo contó que colaboró con el abogado secuestrado en la Unidad Regional de La Plata (donde hoy funciona la Departamental local) llevándole información a su familia, lo que le costó dos meses de cautiverio y tortura en el Pozo de Banfield. En su relato, el ex uniformado señaló a dos imputados en este proceso: el ministro de Gobierno bonaerense durante la dictadura James Lamont Smart, y el jefe policial Carlos “El Oso” García. También develó que en la comisaría de la mujer ubicada frente a la estación de trenes funcionó una “guardería” de hijos de desaparecidos.
Luego de un cuarto intermedio de dos semanas, las audiencias retomaron ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N º 1 (TOF1), que juzga el accionar de 26 represores, ex policías y ex militares, entre los que se encuentran el ex comisario Miguel Etchecolatz, el médico Jorge Bergés y –por primera vez– a un civil con rango de ministro durante la dictadura.
La primera en hablar fue Carminati, quien fue secuestrada el 24 de septiembre de 1976 en la casa de sus tíos, donde se había escondido luego de que la patota allanara su casa, unos días antes, en busca de su hermano Jorge. “Intenté huir por los fondos de la casa, pero mi tía me sostuvo de un codo y me sacó a la calle adonde estaban los tipos que me buscaban”, recordó.
Estuvo cautiva en el destacamento de Arana donde la torturaron delaten de su padre. “Me torturaban para que él hablara y dijera dónde estaba mi hermano”, recordó, y el horror le impidió dar detalles.
Su periplo continuó junto a su padre en el pozo de Banfield, donde estuvo con “los chicos de lo que se llamo La Noche de los Lápices y otra gente”, y desde allí fueron trasladados para ser liberados en la Plaza Moreno. Poco tiempo después, escapó de los fantasmas de la dictadura y se instaló en Sidney, Australia, donde todavía vive.

EXILIO. José María Noviello trabajaba en la librería Libraco, que funcionaba en 6 entre 45 y 46, cuando fue detenido el 9 de octubre de 1976.
Los siguientes diez días estuvo detenido en Arana, donde fue brutalmente torturado y reconoció a Marlene Kegler Krug, una joven militante de la Juventud Guevarista, a quien vio a la cara cuando luego de una sesión de tortura sus secuestradores los enfrentaron y les quitaron las vendas de los ojos.
Esa fue la última imagen de su compañera de militancia que permanece desaparecida.
La de Noviello fue su primera declaración en un juicio oral. Ya había aportado lo que sabía a la causa 13 que condenó en 1985 a los comandantes, pero en esa oportunidad lo hizo a través de un exhorto desde Canadá, donde se exilió luego de ser liberado de la Unidad 9 en el año 81 y donde todavía vive. Fue, también, la primera vez que pisó al país después de mucho tiempo.
“Yo estuve en Arana en un período muy particular, desde el 9 hasta el 20 de octubre. En ese período escuché muchos gritos de dolor de mujeres. No lo puedo afirmar, pero creo que había más mujeres que hombres”, recordó Noviello.
Luego, el hombre fue trasladado al pozo de Banfield, donde se encontró con Graciela Pernas, hija de Emilio, el dueño de la librería donde él trabajaba y que se habían convertido en una familia luego de su llegada a la ciudad desde Tierra del Fuego, donde vivían sus padres. También se encontró allí con el sobreviviente de la noche de los lápices Pablo Días. También estuvo con Walter Docters y Gustavo Calotti.
El periplo de Noviello terminó en la Unidad 9, de donde fue liberado en 1981. En noviembre de ese mismo año se exilió en Canadá, donde todavía vive.

EL OSO Y EL MINISTRO. Julio César López del Pino era un aspirante a agente cuando en 1978 fue secuestrado por policías en la Unidad Regional, la central de policía ubicada en 12, entre 60 y 61, donde actualmente funciona la Departamental La Plata. Dos días antes lo habían convocado a declarar a los tribunales de San Isidro por la desaparición del abogado Rodolfo Gutiérrez, quien había sido capturado el 4 de febrero de ese año.
En su declaración, López de Pino señaló al jefe del comando Radioeléctrico de la Policía, Carlos “Oso” García, y al titular de la Unidad Regional, Juan Fiorillo, como quienes estaban presentes cuando lo secuestraron. A García, además, lo acusó de ser parte de “la patota”, a la que definió como “un grupo de 7 u 8 personas que se encargaba de hacer allanamientos, las detenciones. También de torturar”.
López de Pino fue detenido por colaborar con el abogado Gutiérrez. En su declaración contó que lo conoció en abril del 78, cuando el letrado estaba detenido en la Unidad Regional.
Tras incumplir la prohibición de la zona de exclusión para los agentes de la Unidad, López de Pino violó todas las reglas policiales del momento para ayudar a ese detenido y además de llevarle agua o alimentos se convirtió en correo de cartas entre el hombre y su familia.
En esos contactos que mantenía durante sus guardias nocturnas, Gutiérrez habría señalado al ministro de Gobierno de la dictadura. “Decía que Smart tenía una enemistad con él”, recordó el ex policía ante los jueces. Y aseguró que el abogado le confesó que el ministro “no podía estar ajeno de lo que le estaba sucediendo”.
En octubre de ese año, López de Pino declaró en los tribunales de San Isidro por la situación de Gutiérrez. Eso le costó el horror: estuvo 63 días secuestrado en el Pozo de Banfield. Lo torturaron brutalmente, pero no le preguntaban nada, recordó. Simplemente lo consideraban “traidor”, dijo.
Tras ser liberado, López de Pino se escondió en el sur del país, donde vivió en la clandestinidad hasta 1984. Desde entonces, siempre que pudo declaró. Y a las Abuelas de Plaza de Mayo les contó que cuando trabajaba en la Unidad Regional, entre 1977 y 1978, lo mandaban a hacer tareas de limpieza a la Unidad Femenina, de 1, entre 42 y 43, donde hoy funciona la comisaría de la Mujer, donde dijo que vio niños. “Con el tiempo nos fuimos dando cuenta que eran hijos de subversivos desaparecidos”, contó. Y entre los nenes logró identificar a Sabino Abdala, un joven apropiado que recuperó su identidad en 1993.
El testigo contó que durante la dictadura perdió todo.
-¿Le quedaron secuelas? -le preguntaron en la audiencia.
-La tartamudés que tengo, la familia que perdí… -replicó con tristeza.

Pablo Roesler

La búsqueda de una embarazada y las confesiones de los policiales

Familiares de la desaparecida Mirta Manchiola declararon en el juicio por el Circuito Camps. El periodista Jorge Manchiola recordó sus indagaciones de la Bonaerense dictatorial de Ramón Camps.

Por Pablo Roesler

“Era vox pópuli en las redacciones los trascendidos de que tanto la comisaría Quinta como la Octava, como la Infantería y la Caballería o como distintos en lugares alejados como Arana, eran lugares donde existían personas detenidas desaparecidas”, recordó Jorge Omar Manchiola en la audiencia del juicio por el Circuito Camps, donde contó con detalles todos los contactos a los que apeló buscando a su hermana desaparecida. Pero en su búsqueda sólo obtuvo de los jefes policiales una confesión a regañadientes, similar a aquel secreto a voces: que había sido capturada en la calle y llevada a la comisaría Quinta de La Plata.
 
El periodista, quien durante la última dictadura cívico militar era prosecretario general de los diarios La Gaceta y El Popular, declaró como testigo por el secuestro de su hermana, Mirta Graciela Manchiola, embarazada de seis meses, quien fue secuestrada a fines de 1976 a pocas cuadras de la casa de su madre, la Abuela de Plaza de Mayo Catalina “Catita” Jaureguiberri, quien participó en la fundación de la filial La Plata de la asociación y que todavía busca a su nieto.

En la misma audiencia declaró también su hermana Marta Marchiola, quien participó junto con su madre en la búsqueda de su hermana y su sobrino, y que no consiguieron que el Monseñor Plaza, ni el Monseñor Gracelli les dijeran nada sobre el destino de la mujer y su hijo en gestación. También declararon en esta audiencia del juicio los sobrevivientes Horacio Matoso y Walter Samperi, quienes recordaron el horror de Arana y otros centros clandestinos de detención que funcionaron bajo la órbita de la Policía Bonaerense del coronel Ramón Camps.

En el juicio a los 22 policías, tres militares y el civil James Smart, que el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº 1 sustancia en el ex teatro de la Amia de 4 entre 51 y 53, el periodista Jorge Manchiola, quien trabajaba en las secciones policiales y judiciales de los periódicos, recordó las gestiones que realizó con sus contactos para encontrar a su hermana secuestrada el 5 de noviembre de 1976 en un operativo en calle 18, entre 64 y 65.

A las 21 de esa misma noche se enteró del secuestro y apenas lo supo levantó el teléfono y llamó al titular de la comisaría Quinta, el comisario Osvaldo Sertorio, a quien conocía por la cobertura de los hechos policiales “comunes” que cubría para el diario. El policía le negó la presencia de su hermana en la seccional.

A pesar de la negativa, el periodista insistió con otros contactos y logró confirmar que su hermana estaba ahí. “A partir de esa negativa conseguí el contacto directo con Apolonio Muñoz, que había sido titular de la comisaría Quinta y se comunicó personalmente con Sertorio y le preguntó lo mismo –contó el testigo–. Le dijo que no, pero insistió y le manifestó: ‘Manchiola es un periodista confiable y responsable y quiere saber nada más si su hermana está allí’. Sertorio le dijo: ‘Si, está. Pero que se apure porque se la llevan’. Allí terminó el contacto”.

También recordó que, paralelamente a esa gestión, el secretario general del diario Popular y subdirector de La Gaceta, Juan Carlos Mohamed, consultó por teléfono al comisario Héctor Luis “El lobo” Vides, quien respondió con una amenaza: “Le hizo una advertencia que recuerdo textualmente: ‘Que tu periodista se cuide porque los familiares de subversivos para nosotros también lo son’”.

Ese día Manchiola se quedó en la redacción hasta las 6 de la mañana intentando obtener algún dato de su hermana de sus contactos en la Policía de la Provincia de Buenos Aires.

El periodista pudo reconfirmar que su hermana estaba en la comisaría Quinta a través del comisario de la Policía Bonaerense, Pedro Costilla y del titular de la Policía federal de La Plata, Jorge Fontana.

“Nosotros no tuvimos nada que ver, pero tu hermana es un salame (así la definió), un perejil. Sirvió para que en 18 entre 64 y 65 se la llevaron a la comisaría Quinta. No tengo la más puta idea dónde puede haber ido a parar”, recordó Manchiola, quien se atajó de Fontana cuando lo llamó para preguntarle qué sabía.

A los tres o cuatro días, otra de sus fuentes se puso en contacto con él: el comisario Pedro Costilla le pidió que fuera a verlo y lo citó en la planta alta de la comisaría Segunda, de la calle 38, entre 7 y 8, donde aseguró que era conocido que era funcionaba la delegación de inteligencia de la policía de la Provincia de Buenos Aires.

“Costilla me dijo: ‘hay que ser ciego, sordo y mudo para escuchar lo que te voy a decir’. Y me dio con escasos variantes, detalles, un relato de lo que pasó con Mirta”, recordó.

Mirta Graciela Manchiola tenía 23 años cuando fue secuestrada. Trabajaba en Vialidad Provincial, estudiaba arquitectura y militaba en la Juventud Peronista. Estaba casada con Guillermo Enrique Otaño, con quien esperaba un hijo.

En noviembre de 1976 vivían en La Granja, en una casa que, por seguridad, ninguno de sus familiares conocía. Según contó Manchiola, los secuestradores de su hermana lograron sacarle la dirección bajo tortura y la llevaron en una camioneta hasta la casa, donde hicieron salir a Otaño y lo fusilaron ahí mismo, delante de la mujer.

Luego, Mirta fue arrojada a la comisaría Quinta. Allí fue vista por las hermanas Blanca y Ana María Barragán, quienes en su testimonio del 5 de noviembre pasado en el juicio por el Circuito Camps confirmaron que había sido torturada y que estaba embarazada.

Ese fue el último contacto que su familia supo de la mujer y de su hijo, que debió haber nacido entre enero y febrero de 1977. Su caso es uno de las once desapariciones de mujeres embarazadas que permanecen desaparecidas, que son juzgados en este debate.

LA HERMANA. Antes de la declaración del periodista habló su hermana Marta, quien recordó ante los jueces que tras la desaparición de Mirta Graciela, con su madre comenzaron la búsqueda de la mujer y su hijo, que todavía continúa.

“Hicimos las gestiones que hicimos todos los familiares de detenidos desaparecidos. Al poco tiempo empezamos a presentar habeas corpus en el juzgado de De la Serna; comenzamos a juntarnos con otras madres que estaban en la misma situación. Se hizo todo lo que pudimos en ese momento: verlo a Monseñor Gracelli, ir a las embajadas, a las Nunciaturas, a ver al monseñor Plaza… Nunca nadie nos supo decir qué habían hecho con ella”, recordó la testigo.

También contó que en esa búsqueda, su madre habló con el líder radical Ricardo Balbín. “Le dijo: ‘que va a hacer señora, con estos chicos militando en política’. Eso fue lo único que le contestó y no hizo absolutamente nada”, recordó la testigo.

HAMBRE Y PAN. El relato de los sobrevivientes Horacio Matoso y Walter Samperi, quienes en la audiencia recordaron su paso por el centro clandestino de detención que funcionó en el destacamento de cuatrerismo de Arana, fue un descenso al infierno.

Matoso primero recordó que fue arrancado de su casa de Ringuelet el 8 de octubre de 1976, una patota que lo llevó al centro de torturas de Arana donde permaneció cinco días sometido a sesiones de picana eléctrica y golpes.

El testigo contó que el 13 de octubre fue trasladado al centro clandestino de detención de Puesto Vasco. Luego fue llevado a la Brigada de Avellaneda donde permaneció como desaparecido hasta el 31 de diciembre de ese año, cuando lo llevaron a la Comisaría Tercera de Valentín Alsina, donde lo “legalizaron”.

Además de padecer la tortura, el sometimiento y la humillación, en esos dos meses y veintitrés días, Matoso padeció la falta de alimentos.

“Cuando llegamos a Valentín Alsina ya había gente que tenía comida. Yo me recuerdo que un compañero que estaba ahí me menciona como si fuera un espectro, de manera que si, había perdido muchísimo peso”, contó el testigo y recordó que ni en Arana ni en Avellaneda había visto comida.

En esa última comisaría lo pusieron a disposición del Poder Ejecutivo Nacional para luego encerrarlo en la Unidad 9 de La Plata, donde estuvo como un preso legal.

Samperi recordó que fue secuestrado el 17 de septiembre de 1976 junto con su primo, el policía Walter Docters, cuando iba a la terminal a tomar un micro para volver a su casa de Tigre después de visitar a su tía. Permaneció en Arana durante una semana en la que fue sometido a tres sesiones de picana y cuando los policías se convencieron de que era un “perejil” lo largaron. Tenía 16 años.

“Cuando yo salí me llevé un pedazo de pan en el bolsillo. Ahora está en la Basílica de Luján. Lo llevó mi tía. Yo me llevé el pan porque para mi fue como llevarme una parte de mi primo”, recordó y contó que tras ser liberado llevó ese trozo de pan a su tía.

PRÓXIMA AUDIENCIA. Las audiencias continuarán el martes próximo con otros testigos y se espera que el imputado Carlos “El Oso” García, amplíe su declaración indagatoria tal como pidió en la audiencia del lunes tras escuchar el testimonio del ex policía y víctima de la dictadura, Julio César López de Pino, quien lo señaló como jefe y miembro activo de las patotas policiales.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Comunicado Justicia Ya!

Esta semana, en simultáneo con las audiencias del juicio al Circuito Camps, hemos contestado vistas del 346 del CPPN en las causas donde se investigan los hechos ocurridos en el Pozo de Banfield  y en La Cacha.

Esta vista es la oportunidad en la que el juez de instrucción considerando  que una investigación está completa se lo comunica a las partes para que se manifiesten. Es el paso previo a la elevación a juicio.
 Es también es el momento donde se cristalizan años de inacción, de incompetencia y complicidad civil con los genocidas. Por esa razón, una vez más intentamos que los jueces trabajen y completen las medidas pendientes previo a la elevación. Sostenemos que en estas elevaciones faltan compañerxs y también faltan     genocidas.
 Los Jueces Corazza en la Causa "Pozo de Banfield" y Blanco en la Causa "La Cacha", consideraron completas estas causas y pretenden    elevarlas.
 Con el resto de los responsables y de las víctimas formarán causas residuales que van irán dormir el sueño de los  justos.

El caso de la Causa Pozo de Banfield es tan escandaloso que merece una mención aparte.
Habiendo sido uno de los CCD mas grandes de la Pcia de Bs As y funcionado como una centro de maternidades clandestinas (al menos 16 embarazadas pasaron por allí), el Pozo de Banfield se eleva sólo por 8 imputados (entre ellos se incluye a García presuntamente fallecido) y 251 víctimas. 
 De los 7 imputados 3 son personajes conocidos, ya procesados e incluso condenados previamente (Etchecolatz, Bergés y Campos). Son imputados que no comprometen a Corazza en lo mas mínimo, ya hace mucho tiempo que esta conducta no nos sorprende. Esta querella ya había realizado un pedido de ampliación de víctimas efectuado en 2008 y estos casos no están siendo contemplados en la  actualidad.

 
CCD- La Cacha    
La Cacha funcionó como campo de concentración desde el año 1976 a principios de 1979,  pero el Juez Blanco desguazo la causa adoptando una división temporal discrecional y arbitraria y pretendiendo elevar solo los casos del año 1977. Así se pretende elevar solo 128 víctimas y 3 casos de apropiaciones con sólo 18 imputados repitiéndose los ya conocidos Arias Duval, Saint Jean, Smart     y Acuña con otro presunto fallecido,  Negri.
Afirmamos que este desguace de las causas contra los genocidas reproduce y es funcional a la  impunidad.
 
Volvemos a pedir que se condene por genocidio estos hechos.
Exigimos juicio por todos los compañeros y compañeras contra todos los genocidas!!

martes, 13 de diciembre de 2011

Mónica Salvarezzo y Susana Mabel Ceci, sobrevivientes del Pozo de Arana

“Me despiertan con un arma en la panza”

Mónica Salvarezzo y Susana Mabel Ceci estudiaban medicina en la Universidad Nacional de La Plata cuando fueron secuestradas y torturadas. No militaban, su caso es tomado como una prueba del terror indiscriminado que imponía la represión.

 Por Alejandra Dandan

Las dos vivían juntas, estudiaban medicina, pero además formaban parte sin saberlo de lo que desde los primeros días del golpe empezó a convertirse en uno de los dos blancos más importantes de la lógica de la represión en La Plata: el movimiento obrero, especialmente fabril, y los estudiantes, especialmente los de medicina, uno de los espacios más politizados de La Plata. Ninguna de las dos sin embargo tenía militancia orgánica en una organización política, pero sus casos a la luz del correr de las audiencias del juicio del circuito Camps en La Plata son representativos: están mostrando para las querellas cómo dentro de las fronteras políticas que marcó la represión para ir a buscar a sus enemigos, la Bonaerense llevó adelante una especie de caza masiva y brutal, con falta de métodos finos de inteligencia y sin control para liquidar a los estudiantes. A las dos las arrojaron al Pozo de Arana, las torturaron, las atormentaron durante diez días y las liberaron para marcarles el resto de la vida.

Mónica Salvarezzo se sentó en la silla de testigos del teatro de la ex AMIA de La Plata, donde se lleva adelante el juicio del circuito Camps. La abogada Guadalupe Godoy, de Justicia Ya!, guió las primeras preguntas. Para 1976, Mónica compartía la casa con Susana Mabel Ceci, que declaró poco más tarde. A las dos las secuestraron el 29 o 30 de septiembre de 1976, con ellas se llevaron a Susana Lebed, la persona que aparentemente estaban buscando, militante de la JUP en Medicina, graduada, que había vivido con ellas, pero que para entonces estaba viviendo en otro lado.

“Estando yo estudiando medicina en La Plata, el 29 o 30 de septiembre me encontraba con mi novio y me despiertan con un arma en la panza”, dijo Mónica. “No escuché nada porque me habían roto la puerta, eran un grupo de seis o siete personas, todos de civil. Uno al que se dirigían todos respondía al nombre de doctor Carlitos. Otro tenía un pañuelo y una gorra, agarró la valija del valijero y se puso a robar las cosas más importantes, que no eran muchas, pero era lo que había.”

Le preguntaron por las armas, armas que ella no tenía. “Me preguntaron quién más vivía ahí, les dije que las chicas que en ese momento se habían ido a cenar a City Bell y se habían quedado a dormir ahí.” Le pidieron los datos de esa casa, ella les dijo que no los sabía, que siempre iba de memoria con un colectivo, pero la obligaron a seguir el recorrido del bus. “Pararon a dos cuadras de la casa de las chicas, pero es un tema que me duele mucho porque no hubiera querido ser nunca la guía de una cosa tan espantosa, pero es muy difícil cuando uno está sentado así rodeado de armas, siempre que hablo de esto pido disculpas si herí a alguien.”

Nuevamente ubicada en ese camino, a dos cuadras de la casa de sus amigas, Mónica contó que le sacaron la funda de la cabeza y le dijeron que no mirara a los costados. Uno de ellos se puso al lado y le dijo que hiciera de cuenta que estaban paseando: “Sí –le dijo Mónica, como si saliéramos a pasear y sacáramos a pasear también la Itaka”. Poco después, ella volvía al auto. Susana Mabel Ceci, su antigua compañera de casa, contó más tarde lo que sucedió dentro de esa casa.

“Estábamos en la casa de Susana Lebed, entraron por la fuerza, no se presentaron ni nada, o sea que no sé quiénes eran”, dijo. “Me taparon la cara, los ojos y me llevaron a un baúl de un auto no sé a dónde. Estuvimos con los ojos vendados diez días. Para mí fue siempre el mismo lugar. Nos llevaron a una celda chica y el lugar era grande y después nos liberaron, no sé dónde salimos, para mí fue un lugar alejado de la ciudad.”
Arana

Mientras ella se alejaba del Pozo de Arana acelerando los tiempos de la declaración, los integrantes del Tribunal Oral Federal 1 lentamente la hicieron volver. Las dos describieron cómo fueron esos primeros momentos en medio del campo clandestino, un predio en un descampado donde la Bonaerense arrojaba a los detenidos-de-saparecidos para sacarles las primeras informaciones a los gritos.

“Nos llevan a un gran galpón que yo pienso, así, imaginariamente, porque se escuchaban voces de otras personas”, dijo Mónica. “Primero la interrogan a Susana Lebed, a mí me torturaron, me preguntan cosas, por el nombre de alguien que me parece que era como el nombre de un boliche de moda en ese momento en La Plata. Después que terminan me llevaron a un lugar donde estaba Susana Lebed, yo sentí mucho olor a carne quemada, la escucho a ella que me grita: ‘¡se me cortan las manos!’. Me pide llamar a un médico, que me muero, decía. Había alguien que le hablaba en francés, como ella sabía francés, yo le dije: ‘Susi, te están hablando en francés’. Ella me dijo: ‘Mónica me muero’, y ahí me sacaron, éste fue el único contacto que tuve con ella”.

Mónica todavía está convencida de que a Lebed debían tenerla colgada. Ella y la otra Susana estuvieron otros siete días más en Arana, pero nunca más volvieron a escuchar algo de ella, que está desaparecida. El francés, dice ahora Guadalupe Godoy, puede ser el coronel Gustavo Adolfo Cascivio, conocido como “El Francés”, visto en otros centros clandestinos. O puede ser uno de los cuadros de inteligencia del circuito quienes –como sucedió en la ESMA con los ‘Pedros’– aquí tomaron el nombre del ‘francés’.

Una de las defensas le preguntó a Mónica por su militancia política. El fiscal Hernán Schapiro se opuso, pero el Tribunal habilitó la pregunta: “En sí ninguna militancia, siempre fui peronista porque nací en una cuna peronista, pero para entonces no tenía ninguna militancia o actividad, sólo en esa época te llevaban por pensar distinto”.

Esa idea de la no adscripción a una organización; las preguntas alocadas a fuerza de tormentos, los tres interrogatorios a la que la sometieron a ella o luego a Susana antes de liberarlas hablan en realidad de una de las recurrencias de las últimas audiencias. Uno de los fiscales pensaba en voz alta a la salida del juicio en una lógica de caza a la ‘marchanta’. Una lógica que Guadalupe Godoy considera que puede ser posible sólo recontextualizada con precisión: “No –dice–, no eran indiscriminados los secuestros. En el circuito Camps el nivel de masividad y selectividad no está dado, como en otros lugares, por la captura de las organizaciones armadas y políticas, sino que acá estuvo focalizado en la universidad y en el movimiento obrero, sobre todo fabril, dentro de eso sí se vio lo indiscriminado”, explica. Esos dos grandes grupos eran el enemigo a exterminar, parte de los espacios donde podían estar los que se oponían a la dictadura. El juicio de la Unidad 9 mostró la caza de los obreros y de las 280 víctimas del juicio del circuito Camps, cien están vinculadas directamente con la universidad, o como estudiantes o como egresados o docentes, dice Godoy.

El rol de Arana también volvió a ser definido en la audiencia. “Los detenidos-desaparecidos tenían en general ingreso por la Brigada de Investigaciones o por 1 y 60, donde sigue estando la infantería de policía, y de ahí los llevaban a Arana, que era de torturas exclusivamente.” Distinto de la concepción de otros centros clandestinos como los de la ciudad de Buenos Aires, la represión se hacía por partes. Los alojamientos ahí en general no eran prolongados y luego de permanecer allí o los liberaban o pasaban a la comisaría de Banfield o de Quilmes para el destino final o el blanqueo. Otros eran trasladados a Valentín Alsina para seguir camino de años a las cárceles. Pero como dijo Julio López, también en Arana hubo quemas de cuerpos. Se cree que Lebed pudo haber sido asesinada en medio de ese último acto de tortura al que asistió su amiga.