miércoles, 29 de febrero de 2012

Torturador Páez, se murió sin condena

Murió uno de los imputados en el juicio
Se trata de uno de los ex jefes de la Brigada de investigaciones de La Plata quefuncionó como centro clandestino de detención durante la dictadura. Estaba acusado de más de 100 casos de secuestro y torturas.

El ex comisario Rubén Oscar Páez acusado por 106 casos de secuestro y tortura
Pablo Roesler
pabloroesler@gmail.com

El juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Circuito Camps comenzará el lunes en La Plata con un imputado menos: un ex jefe de la Brigada de Investigaciones de La Plata (BILP) durante la dictadura imputado de cientos de secuestros y torturas, falleció a causa de una enfermedad. Estaba acusado de comandar dos centros clandestinos de detención de la Policía Bonaerense del coronel Ramón Camps durante la dictadura.

Se trata del ex comisario mayor de la Policía Bonaerense Rubén Oscar Páez, quien falleció a los 76 años, a causa de una enfermedad que arrastraba desde hace tiempo, informaron fuentes judiciales.

Con su muerte Páez esquivó a la Justicia que desde el 12 de octubre pasado lo tenía sentado en el banquillo de los acusados en el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos contra 281 víctimas en seis centros clandestinos de detención de la Policía Bonaerense, por el que están imputados también otros 21 policías, tres militares y un civil.

El ex comisario estaba acusado de ser coautor material de 106 casos de privación ilegal de libertad y tormentos y había comenzado el juicio con la prisión domiciliaria, pero una decisión de la Corte suprema suspendió ese beneficio, por lo que había sido trasladado al Penal de Marcos Paz.

El ex policía nació en Ramallo el 27 de agosto de 1935 y vivía en la localidad de Ranelagh al ser detenido como acusado en la causa N° 11 y su acumulada causa Nº 12, que investiga los delitos de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención Arana y BILP.

Según consta en su legajo policial incorporado en el expediente, Páez estuvo a cargo de la Brigada ubicada en 55, entre 13 y 14, desde el 30 de diciembre de 1976 hasta diciembre de 1977. Esa jefatura lo sentó entre los 26 acusados: es que desde el primer año de la dictadura hasta el ’78, allí funcionó como un centro de recepción, alojamiento y torturas de las personas secuestradas en los operativos policiales, tal como se viene ventilando en el juicio que sustancia el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº1.

En el expediente de elevación a juicio, Páez fue vinculado con el centro clandestino que funcionó en el destacamento de Arana, por la dependencia “orgánica y funcional que tenía respecto de la Brigada de Investigaciones”, señalaron fuentes judiciales.

De la carrera del policía se desprende que el 3 de febrero de 1977, poco después de dejar la Brigada, el comisario de seguridad fue ascendido a comisario inspector “por méritos extraordinarios en sus funciones”. Se retiró de la Policía de la Provincia con el grado de comisario General.

miércoles, 15 de febrero de 2012

La iglesia junto a los represores y dando asistencia espiritual

En la audiencia también declaró César Mora, hermano del santacruceño Juan Carlos Mora, un estudiante de medicina y militante de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) quien fue secuestrado junto con su esposa, una joven de 18 años embarazada de tres meses, Silvia Amanda González, cuyos cuerpos fueron identificados recientemente por el Equipo Argentino de Antropología Forense.

Mora contó al Tribunal que su hermano fue secuestrado el 1 de diciembre de 1976 y que fue la dueña de una pensión de 15, entre 49 y 50, donde Juan Carlos vivía con su esposa, quien le avisó que habían sido secuestrados.

El testigo dijo que su familia comenzó a buscar al matrimonio y que gracias a un párroco de Tierra del Fuego lograron entrevistarse con el obispo auxiliar de La Plata, monseñor Mario Pichi, quien les confirmó que estaban vivos.

Según recordó, “en una reunión con mi padre Pichi le dice: ‘están vivos, están con asistencia espiritual’. En esa reunión estuvo mi padre César Mora y mi esposa Diana Portobelo”.

El testigo dijo que por sobrevivientes supo que su hermano y su cuñada estuvieron en cautiverio en la comisaría Quinta y remarcó la sospecha de que la mujer pudo ser madre en cautiverio.

“Un amigo de Juan, que lo vio antes del secuestro, contó que él le dijo que estaba preocupado por el embarazo de Silvia”, contó Mora.

Silvia estaba embarazada se tres meses al momento del secuestro y sospechan que pudo dar a luz entre mayo y junio del año siguiente, fechas que coincidirían con el de la muerte de la mujer.

El matrimonio nunca más fue visto con vida. Pero sus cuerpos fueron identificados por el EAAF recientemente.

“El cuerpo de Silvia apareció en 2009 y fue identificado en el cementerio de Avellaneda”, contó Mora. También resaltó que “había sido salvajemente masacrada” y que los forenses estimaron la fecha de su asesinato en junio de 1977.

Juan Carlos fue identificado en 2011 en el cementerio de San Martín. Fue asesinado en febrero de 1977.

Marta Susana Abachian tenía 13 años cuando la dictadura secuestró a su hermano Juan Carlos al salir de su trabajo en un taller de chapa y pintura. Fue el 27 de diciembre de 1976. Desde ese día no vió más a su hermano y sólo supo por una sobreviviente que estuvo detenido en Arana y por otro que fue mantenido cautivo en la comisaría Quinta.

La mujer contó que su hermano había dejado Mar del Plata para instalarse con su mujer Mercedes Layarte y su hija Rosario en una casa de calle 7 Nº 779 de La Plata.

Ese día de finales de 1976 fue el suegro de Juan Carlos quien avisó a la familia que había sido secuestrado al salir del trabajo.

“Lo detienen al salir del trabajo y lo llevan para la casa. Pero cuando llegan él le dice a la mujer que se escape porque lo habían detenido. Ella logra escapar, pero a partir de ahí no sabemos más nada de él”, recordó Abachian.

La testigo recordó que su hermano tenía 26 años, trabajaba en un taller y estudiaba abogacía en la Universidad Católica de Mar del Plata y en la UNLP. Y contó que “militaba en la Juventud Peronista”.

A su turno, el testigo José Miguel Lancilotta recordó el secuestro de los arquitectos Guillermo Sobral y Pacífico Díaz, con quienes compartía un estudio, ambos militantes peronistas.

En la audiencia, Lanzilotta remarcó que Sobral fue secuestrado con su esposa Elsa Cicero, quien estaba embarazada de tres meses, dato que le confirmó Mariana Sobral, hija del matrimonio que tenía 12 años cuando secuestraron a sus padres.

Sobral, Cicero y Díaz permanecen desaparecidos. Lanzilotta se exilió en Paraguay y luego en San Pablo, Brasil, donde vivió siete años.

Además, en la audiencia un vecino del destacamento de Arana recordó cuando funcionó allí un centro clandestino de detención. Luego, el juicio ingresó en un cuarto intermedio hasta el 5 de marzo.

En la audiencia también declaró Elena Rodas, hija de Norberto Rodas Valenzuela, secuestrado el 31 de octubre de 1976 y compañero de militancia de Julio López.

martes, 14 de febrero de 2012

“Todos los que estaban ahí no están más”

Girard relató el secuestro de su compañera, Cecilia Idiart, aún desaparecida, y cómo se entregó para intentar salvarla. “Es absurdo, pero me sentía responsable –dijo–. Fue como un acto de amor.” También contó cuál era el rol de Von Wernich.

 Por Alejandra Dandan

El presidente del Tribunal le preguntó varias veces si quería descansar un momento. Carlos Girard lloró, pero una y otra vez quiso seguir adelante. Atrás estaba sentado Miguel Etchecolatz, el represor del que alguna vez se escondió; la persona que le gritó a su madre “como un energúmeno” en la vereda de la Brigada de Investigaciones de La Plata y quien, sin saberlo, lo convenció para abandonar la idea de entregarse a la policía. Carlos Girard quería entregarse para intentar salvar a su novia que estaba secuestrada. El sabía que era casi un absurdo. Primero intentó entregarse con el comisario Etchecolatz, pero cuando lo vio tan exaltado decidió ir a golpear una mirilla del Regimiento 7 del Ejército.

“Mover estas cosas es medio complicado”, logró decir en la sala de audiencias de La Plata, frente al Tribunal Oral Federal 1, que sigue el juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en el Circuito Camps. “De alguna manera yo me sentía responsable de la situación. Es absurdo y sé que no es así, pero frente al entorno familiar todo era así. Yo decidí poner lo que tenía, decir yo tengo que saldar esto y lo saldo con lo único que tengo, que es con mi libertad, con mi cuerpo. Esa era mi cuestión; ya esto no es político, ¿un acto de amor? Pongámoslo en esos términos: fue como un acto de amor.”

A Cecilia Luján Idiart la habían secuestrado en diciembre de 1976, de la casa donde vivían juntos, en un barrio alejado del centro de La Plata. Carlos se salvó porque perdió un colectivo. Meses después, entre fugas y estadías clandestinas, supo que su novia seguía viva en la Brigada de Investigaciones de La Plata, entre el llamado “grupo de los siete”, el grupo sobre el que trabajó el capellán Christian von Wernich, como lo hicieron los marinos en la ESMA, en medio de un supuesto programa de resocialización para el que pidieron dinero a las familias, prometieron sacarlos del país y terminaron matándolos a todos. Carlos declaró sobre el secuestro, sobre las visitas del capellán a la madre de su novia y habló de ese momento de noviembre de 1977 en el que se acercó con su madre a la Brigada de Investigaciones para entregarse.

“Hoy, al mirarlo con el diario del lunes, me digo que de alguna manera eso fue lo que me salvó”, dijo a la salida de la sala. “Si de alguna manera yo hubiera ingresado en la Brigada de Investigaciones, la verdad es que no podemos decir que no sabemos qué pasó: todos los que estaban ahí adentro no están más. Fue como una cosa instintiva. Lo que no había era una relación entre los gestos de Etchecolatz y cómo increpaba a mi madre: no tenía ninguna relación con la importancia que tenía yo en la organización. No podía creer que si yo estaba haciendo lo que estaba haciendo, él saltara como un energúmeno. Por eso, después viene ese otro hecho desopilante que fue ir a golpear la puerta del Regimiento 7. Se abre una mirilla y dije: yo soy un militante de la JUP, sé que me buscan y me vengo a presentar. El soldado cierra la mirilla y se va. Yo me doy vuelta y digo... ¿qué?, ¿no atienden?”.

En la audiencia, Carlos Girard no habló demasiado sobre los cinco años que a continuación pasó detenido en la cárcel de Ezeiza, después de un riguroso recibimiento con agentes de todos los servicios, cachetazos; el acta de su entrega firmada con su madre de testigo y, finalmente, la celebración de un juicio ante un tribunal de guerra. Más bien, se detuvo en la historia del secuestro de Cecilia, la razón por la que estaba en la sala.

Para 1976, Carlos Girard era parte de la JUP o, mejor, de los restos de la organización de superficie de Montoneros de La Plata que la dictadura había convertido en despojos entre los meses de marzo y noviembre de ese año. Era de Bragado. En La Plata se inscribió en la carrera de Agrimensura. Había vivido y salvado completamente una casa operativa, de la que se fueron cuando el hijo del dueño levantó un tejido que Cecilia había dejado arriba de una panera y se encontró con una granada. Se salvó más tarde, con la caída de un compañero al que le decían Cabezón. Carlos decía ayer, en las afueras de la sala, que gracias a que seguramente ese compañero se aguantó más de seis o siete horas las torturas, todos tuvieron tiempo de escapar de otra de las casas.

Para diciembre de 1976 estaba con Cecilia en una casa de la calle 13, en los bordes de La Plata, a donde sólo llegaba una línea de colectivos. El día del operativo, ella estaba en la casa, pero Carlos perdió el colectivo volviendo del centro. Tomó otro, sabiendo que iba a tener que caminar las últimas cuadras. Cuando finalmente estaba llegando, a una cuadra y media de la casa, una de las vecinas del barrio a las que él saludaba cada tanto se puso a comadrear en voz alta con otra mujer: “¿Viste el operativo que se armó?”, le decía. “¿Dónde es? ¿En la otra cuadra?”, se gritaban casi adrede, por lo menos eso es lo que todavía cree Carlos, convencido de que con ese diálogo su vecina buscó una forma de salvarlo.

“Cuando llegué había un operativo policial, por lo tanto no me acerqué”, dijo. “Mientras se desarrolló el operativo, caminé por los alrededores tratando de ver y entender. Acompañé el operativo por la calle lateral. No iban muy rápido. Los vi doblar a la derecha. Ir a la comisaría, pero bueno, a partir de ahí perdí todo contacto.”

Para agosto de 1977 supo que Cecilia seguía viva y que la familia de ella era una de las que Von Wernich visitaba en sus casas, asegurándoles que sus hijos saldrían en libertad. “Me acuerdo de que pude conversar con mi suegra y decirle que pidiera que la blanquearan, como le decíamos nosotros: que pasen al famoso PE nacional”, dijo. “Pero el argumento que le daban, o sea, lo que le decía Von Wernich, que era el vínculo más importante con Cecilia, era que no. Que si lo hacían así iba a significar una condena y en cambio, de esta manera, irregular, en cualquier momento podía salir.” Lamentablemente, dijo Girard. “Yo sabía que iba a pasar eso: no cumplieron la palabra.”

Un abogado de las querellas le preguntó si Cecilia Idiart tuvo contacto con su familia. El dijo que el primer contacto fue telefónico. “Dejó una serie de instrucciones, después apareció en casa de mi suegra, apareció con el sacerdote Von Wernich. Mi suegra fue una militante católica y creía absolutamente en la palabra de Von Wernich. La familia podía verla, visitarla. Cuando empezó esta cuestión, es mi madre la que me llama. Yo me había ido a Córdoba. Le pido a mi madre que por favor vaya a verla. Que la vea, y toma contacto con Cecilia.”

Girard quedó detenido el 4 de noviembre de 1977; fue trasladado a Ezeiza. Las noticias de Cecilia eran pocas. Le decían que había viajado, pero no aparecía. Al comienzo se decía que los tenían incomunicados, pero a esa altura probablemente ya los habían matado. Otro de los querellantes le preguntó a Carlos si supo qué pasó finalmente con los siete. Girard habló de aquella confesión de uno de los policías: dijo que los habían matado a todos y luego se desdijo. “La verdad es que no tengo nada –dijo Carlos–, el cuerpo de Cecilia no apareció.”

lunes, 13 de febrero de 2012

El recuerdo del sacerdote que se casó y fue desaparecido

La hija y la hermana del cura Federico Bacchini brindaron su testimonio en el juicio por crímenes de lesa humanidad. Un acusado confesó haber estado en la casa Mariani Teruggi. Marlene Kegler Krug, presente.

“A nosotros nos cae toda la sospecha sobre Monseñor Plaza porque amenazó a mi hermano porque había querido renunciar al sacerdocio pero no se lo aceptaron”, recordó ayer Mercedes, una de las hermanas del sacerdote secuestrado, torturado y asesinado Héctor Federico Bacchini, cuyo cuerpo permaneció desaparecido durante 34 años, en la audiencia del juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos en el Circuito Camps.

Es curiosa la historia de Bacchini, quien renunció al sacerdocio, formó pareja y tuvo una hija a la que bautizó con el nombre de Clara y que tenía poco más de dos meses cuando el 25 de noviembre de 1976 la dictadura irrumpió en su casa.

Las dos mujeres recordaron al ex sacerdote que fue identificado en 2010 por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) entre un grupo de cuerpos sepultados como NN en el cementerio de San Martín y es el primero de las once víctimas de este proceso cuyos restos fueron recuperados.

En la audiencia también testimonió la ex presa política durante la dictadura y hermana de una desaparecida, Perla Diez, quien recordó a Marlene Kreguer Krug, una joven paraguaya militante del PRT - ERP brutalmente torturada en Arana, que permanece desaparecida.

Además, el imputado Eduardo Cozzani confesó haber estado en el ataque a la casa del matrimonio Mariani Teruggi e instó a sus "co procesados" a contar lo que saben.

Clara Teresa Bachini fue la primera testigo en declarar en la audiencia de este lunes ante los jueces del Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº1 de La Plata, quienes juzgan a 22 policías, tres militares y un civil por los delitos cometidos en seis centros clandestinos de detención controlados por la Policía Bonaerense durante la dictadura militar, contra 280 víctimas. Recordó a su padre y todo lo que supo de él a través de sobrevivientes de la dictadura: que había estado en Arana y en la comisaría Quinta, a la que reconoció por las campanadas del seminario donde había estudiado, ubicado justo en frente.

La mujer comenzó su exposición aclarando que se consideraba una “testigo presencial sin memoria”. Y explicó: “estaba en el lugar donde se produjo el secuestro de mi padre el 25 de noviembre de 1976”, pero sólo tenía dos meses y veinte días de vida.

La mujer transmitió a los jueces del TOF 1 Carlos Rozanski, Atilio Portela y Roberto Falcone, que todo lo que pudo reconstruir de la vida de su padre fue gracias a los relatos de su madre y su familia y los testimonios de sobrevivientes que compartieron cautiverio con él. Contó que Federico Bachini había pedido dejar el sacerdocio, y que pasado un tiempo se casó y la tuvo a ella, su hija.

Fue por eso que el arzobispo de La Plata, Monseñor Antonio Plaza lo amenazó antes de ser secuestrado: “llamó a mi padre para decirle que se fuera de La Plata porque su estado de hombre casado con una hija era un mal ejemplo para los jóvenes de la iglesia, pero mi papá le dijo que no lo creía y que no se iba a ir. Plaza le respondió que se atenga a las consecuencias. Veinte días después, fue secuestrado”.

A Bachini lo conocían como el padre Federico cuando ejercía su sacerdocio entre los más humildes e incomodaba a la cúpula de la Iglesia que le impedía trabajar con gente joven porque lo pensaban peligroso. Fue secuestrado por un grupo de hombres fuertemente armado en el primer piso de calle 15 entre 60 y 61, el departamento que compartía con su hija, su esposa Elsa Noemí Paladino, que estaba ubicado sobre la vivienda de su suegra Sara de Paladino, donde vivía la mujer y Susana Paladino con su esposo y sus dos hijos. Todos, recordó Clara en la audiencia, fueron testigos del secuestro esa madrugada que había sido precedida por una jornada de mucha tensión y nerviosismo provocados por los sonidos del ataque en la casa del matrimonio Mariani Teruggi.

“Desde ese día no volvimos a ver a mi padre”, recordó Clara. Contó que su familia presentó varios habeas corpus que nunca tuvieron respuesta y que el primer dato sobre el destino de su padre lo tuvieron en 1983, cuando un sobreviviente de quien sólo recuerda que le decían “Pulgar” se comunicó con su madre.

También contó que el sobreviviente Carlos de Francesco habló con ella personalmente y le permitió conocer que su papá había permanecido detenido en la comisaría Quinta durante diciembre de 1976 y enero de 1977. Fue ese ex detenido el que le contó que, mientras estaba detenido, su padre reconoció las campanas y la comida del seminario, donde había estudiado, ubicado en 24, entre 65 y 66, a metros de la seccional.

Reaparecido

Clara contó que su papá fue asesinado el 2 de febrero de 1977. “Gracias al EAAF Sabemos que fue fusilado en Ciudadela, de madrugada y enterrado como NN”, recordó, y subrayó que “el certificado de defunción tenía como causa de muerte ‘múltiples heridas de bala’. Y lo abandonaron en la calle”.

“Hoy puedo decir –continuó Clara- que no estuvo detenido en ningún otro lugar porque gracias al trabajo del EAAF en 2010 se identificaron sus restos”.

La mujer concluyó: “mi papá fue secuestrado, mantenido en cautiverio, asesinado y su cadáver escondido durante 34 años”. Sus restos fueron sepultados el 15 de octubre pasado en el cementerio Municipal de La Plata.

Marlene

“Cuando la conocí, Marlene Kegler Krug era mi cuñada, era la hermana menor de mi compañero, paraguayo él”, contó al tribunal Perla Diez, ex presa política y hermana de una desaparecida durante la dictadura.

La mujer realizó una semblanza de esa mujer que, según los testimonios, estuvo detenida en el centro clandestino de detención que funcionó en Arana, donde los sobrevivientes que compartieron cautiverio con ella aseguran que fue brutalmente torturada.

Marlene había nacido en la colonia alemana Honeau en Paraguay y a los 18 viajó a La Plata para estudiar obstetricia. Diez recordó que la joven se incorporó a militar en el PRT ERP y que fue secuestrada el 24 de septiembre de 1976 frente a la facultad de medicina.

La recordó como a una chica que se destacaba por su fortaleza y resaltó la frase que todos los sobrevivientes recuerdan que les espetaba a sus torturadores durante los interrogatorios en Arana: “Yo con el enemigo no hablo”.

Marlene permanece desaparecida.

Confesión

El imputado Norberto Cozzani admitió haber estado presente en la casa de calle 30, entre 55 y 56, donde fueron asesinadas cuatro personas y robada una beba, el día del ataque, y dijo que el resto de los procesados no dicen la verdad.

El imputado aseguró que tras escuchar durante enero las audicencias de este juicio su conciencia le indicó contar la verdad, es decir, que el 24 de noviembre de 1976 estuvo en la casa del donde fueron asesinados cuatro militantes peronistas y fue robada la nieta de Chicha Mariani, Clara Anahí, casos que se juzgan en este proceso.

Según el imputado, él llegó a las 16 al lugar y a los pocos minutos escuchó las detonaciones de un cañón de mano. También dijo que vio bajar a un hombre con ropas militares cargando el obús y al imputado Miguel Etchecolatz del mismo techo.

“Todos entramos en la casa, desde los jefes más importantes hasta los oficiales más razos”, dijo Cozzani, pero negó haber visto cadáveres. Tampoco pudo dar certezas de que Clara Anahí hubiese muerto en el ataque –versión que los imputados intentan imponer desde el inicio del debate- y sólo se limitó a decir, como supuesta prueba, que vio un carrito de bebé reducido a hierros retorcidos por el fuego.

Además, el imputado dijo que durante el verano había hecho un examen de conciencia e instó a sus “co procesados” a decir la verdad como él se comprometía a hacerlo.

En la audiencia también declaró el médico forense Roberto Ciafardo, quien revistó en el cuerpo médico forense de la Policía Bonaerense entre 19758 y 1988 y había sido mencionado por un colega suyo al testimoniar por las autopsias practicadas a las víctimas del ataque de la casa de calle 30.

El hombre dijo que se acordaba de ese episodio pero dijo no recordar haber practicado una autopsia a los cuerpos por ese hecho.

Pablo Roesler / @pabloroesler

El relato de la búsqueda desesperada

Declararon los hermanos del desaparecido José Darío Aleksoski, y el ex detenido Diego Gallardo. Negaron la detención de un ex policía que admitió la versión de los sobrevivientes.

Diego Gallardo, estuvo secuestrado en la Brigada de Investigaciones
En la segunda jornada del juicio por los crímenes cometidos en los centros clandestinos del Circuito Camps, el Tribunal rechazó el pedido de detención por falso testimonio de un ex efectivo de la Comisaría Quinta, quien el lunes había empezado a autoincriminarse; y declararon Lázaro y Zivana Aleksoski, hermanos de José Darío, un estudiante de Arquitectura desaparecido; y Diego Gallardo, sobreviviente del Centro Clandestino de Detención Brigada de Investigaciones. También aportaron sus testimonios los ex detenidos desaparecidos de Arana, Félix Villarreal y Ricardo López Martín.

En el inicio de la audiencia tuvo continuidad el contrapunto que se había generado el lunes, cuando declaró Omar Piacentini, un ex policía de la comisaría Quinta, que admitió parte de los hechos denunciados por los sobrevivientes. Por eso, la defensa de los acusados pidió en bloque la anulación del testimonio, lo que se resolverá en las próximas horas. En esa jornada, también hubo un pedido de detención falso testimonio que ayer fue negado por el Tribunal.

Ayer, en primer término declaró el bahiense Lázaro Aleksoski, quien recordó las circunstancias que rodearon la desaparición de su hermano, quien en ese momento estaba haciendo el servicio militar en el Regimiento de Granaderos a Caballo. El hombre recordó la comunicación telefónica de su cuñada notificándolo de que al joven de 21 años lo habían declarado desertor y que nada sabía de él.

El siguiente tramo lo dedicó a recordar el peregrinar por despachos e iglesias intentando dar con el paradero de José Darío. En ese camino recordó que se puso en contacto con el hermano de otro desparecido, de apellido Campos, quien también era granadero.

El nombre del Monseñor Emilio Teodoro Grasselli apareció en el testimonio. “Prometió ayudar y confirmó que estaba detenido en la Comisaría Quinta”, dijo Aleksoski.

También detalló que logró reconstruir el paso de su hermano por el Cuerpo de Caballería (1 y 60), y que tuvo contactos policiales que le confirmaron el secuestro y le aportaron algunos apellidos de quienes presuntamente participaron el operativo: Ríos, Reuda y Arana.

Según ese relato, a José Darío Aleksoski los secuestraron en la calle, cuando había sido enviado a realizar un trámite a una dirección inexistente. Siempre según esa versión, lo acusaban, junto a otros dos soldados, de ser los autores de una pintada a favor del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), brazo armado del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores).

Su hermana Zivana, menor que Lázaro, confirmó el relato de éste y recordó a José Darío con una mirada más cotidiana: habló de su belleza y de lo bien que le quedaba su uniforme de granadero.

El sobreviviente. Diego Gallardo, el tercer testigo, es un platense sobreviviente de la Brigada de Investigaciones, y primo de la desaparecida Gabriela Carriquiriborde, quien estaba embarazada a la hora de su secuestro.

Recordó que lo arrancaron de su casa de 14 entre 59 y 60 junto a su madre y que permaneció detenido clandestinamente 42 días en la Brigada, que funcionaba en 55 entre 13 y 14.

Habló también del momento en que fue liberado, junto a Ricardo Pellegrini, un amigo que también había sido secuestrado, en el Bosque, detrás de la cancha de Estudiantes.

lunes, 6 de febrero de 2012

Testimonian Nora Ungaro y Carlos Schultz

Horacio Ungaro
Eliana
“Comían mientras yo recibía el tormento”

En el reinicio de las audiencias tras la feria judicial, los sobrevivientes relataron su paso por los centros clandestinos bonaerenses. Ungaro recordó a Ana Diego.
Por Alejandra Dandan

Convencida de que también le habla a la historia, entrenada en la tarea de testimoniar desde que quedó en libertad, Nora Alicia Ungaro se detuvo varias veces para reforzar aquello que decía. Explicar que sabía que la audiencia se estaba grabando y que eso, entonces, podía ser escuchado en el futuro por alguno de los hijos de sus compañeras desaparecidas. En La Plata, donde ayer se reanudó el juicio por los crímenes cometidos en el Circuito Camps, Nora recordó, entre muchas otras, a Ana Teresa Diego, aquella estudiante de astronomía que Cristina Fernández mencionó en el discurso de reasunción de la Presidencia. Ana y Nora eran parte de la Fede y sufrieron la embestida militar que se cobró buena parte de la vida de los universitarios de la zona.

Uno de esos días de secuestro, en la Brigada de Quilmes, en la misma celda, las dos se echaron en el piso, una al lado de la otra. “Por el mismo miedo –dijo–, nos acomodamos cabeza con cabeza, nos hablábamos al oído y cantábamos algunas canciones de la Guerra Civil española que nos enseñó mi papá, canciones de cuna, como les digo, para darnos un poco de ánimo.”

El juicio a Ibérico Saint Jean, Jaime Smart, Miguel Etchecolatz y otros 23 acusados de actuar en los centros clandestinos del Circuito Camps recomenzó después de la feria con el testimonio de dos sobrevivientes de la Fede y el movimiento universitario. Los jueces Carlos Rozanski, Roberto Falcone y Mario Portela tomaron juramento –más de una hora después de lo previsto– al entonces estudiante de medicina Carlos Schultz. Que cuando un querellante le preguntó si pudo identificar a quienes estaban secuestrados a su lado intentó explicar que no, que no podía, por las condiciones en las que estaban. “Estábamos todos encapuchados, acostados o sentados contra una pared, uno al lado de otro. Yo por lo menos no sabía si había alguien vigilándonos, lo más importante fue lo que hizo una compañera conmigo, que fue saber si era tal persona.”

Carlos sabía que con él sí estaba, en cambio, Ana Teresa, porque los habían levantado juntos, el 30 de septiembre de 1976 en los bosques de La Plata. Como una imagen a la que preferiría no volver, dijo sólo unas líneas: “Era en una esquina del bosque, no me acuerdo si me fui a reunir o nos encontramos con Ana Diego. Nos saludamos, me pidió la hora y en ese momento nos encapucharon y nos metieron adentro de un auto”. No hubo reacción de nada, dijo, “porque vinieron de atrás y nos metieron en la parte trasera de un auto”.

Se los llevaron a la Brigada de Investigaciones de Etchecolatz. Nora Ungaro se les sumó ese mismo día, aunque su odisea había empezado días antes, cuando una patota entró a la casa de su madre para llevarse a su hermano Horacio, parte de los desaparecidos de la UES, del quinto año del Normal 3 de La Plata, uno de los jóvenes de la Noche de los Lápices. Con Horacio levantaron a un amigo. Ese 30 de septiembre, Nora había ido a la casa de ese amigo, por los documentos para las denuncias y hábeas corpus.

“La mamá de Daniel estaba desesperada”, dijo. “En cama, de reposo; yo me puse de espaldas a la puerta del dormitorio, le tenía la mano, trataba de consolarla porque además de todo había fallecido el marido no hacía tanto tiempo.” Una patota también entró en ese departamento. Se llevaron a Nora después de encañonarla en la nuca, tirarla al piso y esposarla. Cuando les dijo que tenía los documentos en la cartera, la patota se alegró: “Mejor –dijeron–, así no tenemos que cortarte los dedos para identificarte”.

Nora se dio cuenta de que Ana y Carlos estaban con ella cuando llegó al Pozo de Arana. Habló de las torturas, de cómo escuchó que los represores se quejaban porque tenían poco voltaje y de cómo la corriente le dobló el cuerpo mientras alguien pedía mayonesa. “No me voy a extender porque es terrible –dijo–, pero escucho: ‘Lobo, alcanzame la mayonesa’, porque estaban comiendo, se estaban armando sanguchitos con lomito y lechuga, eso, mientras yo estaba recibiendo el tormento. ¿Y por qué cuento esto? Porque con la corriente, el cuerpo de uno se ahoga, son gritos, el cuerpo se arquea hasta lo último, a estallar, y digo todo esto para que se entienda esa escena.”

Después del “ablande”, preguntaron por su hermano. “Yo insulto en ese momento”, dijo. “¡¿Qué hiciste con mi hermano?!”, les soltó y recibió una paliza. “¿Saben por qué les digo esto?”, volvió a decir como si debiera contextualizar cada cosa. “Les digo esto porque después tenía que decir ‘señor’ cada vez que quería ir al baño.”

Nora habló de Ana. “Nos conocíamos muchísimo. Eramos de la facultad del bosque. Exactas era el punto de reunión para charlar de cosas. Nos ponen a Ana y a mí en una celda con dos chicas más, Angela López Martín, que era profesora de geografía del Nacional, y Eliana, que era Amelia Acosta de Badell: quiero detenerme un poco acá”, dijo. “Tanto Angela como Eliana eran seres maravillosos. Yo las conocía ahí, pero en esa celda, el cariño que nos dieron a Ana y a mí es irreproducible. Trataron de animarnos con cosas lindas. Hablar de la vida. Eliana había dejado dos niños pequeñísimos y decía: ‘Yo espero que la familia de mi marido se haga cargo’.”

Eliana es otro nombre simbólico del juicio. Y volvió a escucharse en uno de los momentos más difíciles del relato. Nora ya había contado quién era Eliana, que era chilena, compañera de Esteban y cuñada de Julio Badell, integrados a la Bonaerense y quienes, según la represión, se suicidaron. Nora explicó en el juicio que los organismos encontraron un acta de defunción de Eliana, un acta que ella entregó al Tribunal y firmada por el médico Jorge Bergés, uno de los acusados del juicio. “Esto que digo se está grabando en la sala”, dijo Nora en un momento casi gritando. “Acá está el acta de defunción de Eliana, yo quiero decirlo. En algún tiempo esto va a estar en Internet. Quiero que los hijos vean esto. Quiero que sepan que su madre los amó y que fue asesinada. Yo la dejé con vida. A las horas me trasladaron de ahí y yo la dejé con vida y me seguía comunicando.”

Efectivamente, a Nora se la llevaron de Arana a la Brigada de Quilmes durante un tiempo, aunque luego volvió a Arana. En Quilmes sucedió aquello de las canciones de la Guerra Civil española con Ana Diego, allí la vio por última vez. Y ahí también escuchó el nombre de su hermano entre las voces de sus viejos compañeros (ver aparte), y aún se acuerda cómo llegó: “Nos separaban varones y mujeres. Ibamos subiendo unas escaleras. Le aseguro que en ese momento tan terrible, imagínense, no habíamos podido ni lavarnos la cara con agua, en mi caso después de la tortura chorreé sangre hasta los tobillos, así que imagínense en qué circunstancias a éstos se les ocurre manosear a una mujer”.

Las audiencias continúan hoy. Entre otros declaran Lázaro y Zivana Aleksoski, hermanos de David Jose Aleksoski, conscripto desaparecido del Regimiento Granaderos a Caballo.